Nuestro compañero Emilbdemil obtuvo el Premio Especial al Relato más Terrorífico con “Truco o trato”. Os lo dejamos a continuación para que podáis disfrutarlo. También os dejamos “Calabazas” de Yolanda Martín López que, aunque no ganó nada, también disfrutó de la experiencia.
Leire, agotada de Halloween, escucha el llanto de su hija. La niña descansa en su cunita en la segunda planta. Mira recelosa hacia arriba y da por terminado el reparto
de caramelos. Justo cuando se dispone a cerrar la puerta, una figura,
pequeña y silenciosa, se detiene frente a su porche. Le cuelga del hombro un
saco de aspillera vacío. Un capuchón oscuro esconde su rostro.
Leire siente un escalofrío, ajeno a
la temperatura de octubre.
―Lo siento, hemos cerrado ―se
disculpa, con la garganta seca.
La figura permanece quieta. Levanta
su mano enguantada de forma lenta y deliberada, y señala hacia el primer piso
de la casa. De repente, el saco se hincha. Se da la vuelta y se desvanece entre
la niebla.
Leire ríe para sí.
―Ya no saben qué inventar ―piensa.
Gira la llave.
El terror golpea en su estómago
cuando cruza el umbral. Ya no se escucha el llanto de su hija. Sobre la mesa
reposa un pequeño objeto: una muñeca de porcelana. Tiene los ojos de su hija.
Junto a la muñeca, un mensaje escrito toscamente con un caramelo de goma roja:
«Truco pagado».
© Emilbdmil 2025
Permanecía
sentada, hipnotizada, sin pestañear; sus claros e inocentes ojos prendidos de
aquellas dos cuencas rasgadas, siniestras, de profundidad insondable. Cuencas
vacías, en apariencia sin vida, saturadas de maldades y sangrientas realidades.
Truco o trato.
Estiró
la mano. Agarró con fuerza el pringoso mango del cuchillo que su padre había
utilizado para esculpir la calabaza. Una calabaza enorme, de rostro
endemoniado, que no dejaba de susurrar con dulzura en su cerebro.
—Sííííí…
—gritó la niña con alborozo, esgrimiendo el cuchillo, saltando sobre la silla, haciendo
volar la falda de tul de su disfraz de princesa. Aquel trato parecía divertido.
Se
apagó la luz. No se asustó, era parte del juego. Sus sonrosados labios se
curvaron en una mueca de perturbadora perversidad, dejando al descubierto sus diminutos
dientes de leche, que brillaron, siniestros, bajo el blanquecino resplandor de
la luna que penetraba por la ventana.
En
la calle continuaba el estremecedor griterío de los vecinos. Sus padres habían
salido a ver qué sucedía. Sabía que no regresarían. Era su turno. La Noche de
Difuntos seguía su curso, vaciando tumbas, robando el consuelo, recolectando
almas… para los Oscuros Señores de las Calabazas.
© Yolanda Martín López 2025


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